Hay un dicho popular que dice que
“cada tiesto tiene su arepa”. Pero en
el camino de la vida, y más aún en el de la juventud, a veces pareciera que el
amor cada vez se convierte en una utopía difícil de alcanzar. Es ahí donde nace
la pregunta si es un sentimiento, una costumbre o un estilo de vida, y en el intento de responderla, nuestra vida
se convierte en una constante lucha a lo largo del tiempo por intentar
encontrar esa media naranja que nos haga sentir completos y amados.
¡Pero esa persona no puede ser
cualquiera y más si se es mujer! Desde niñas hemos crecido con estereotipos
ideales de hombres perfectos. Basta sólo con ver las películas de Disney para
imaginarnos un mundo en donde conocemos a nuestro príncipe azul y ese mismo día
nos jura amor eterno para vivir felices por siempre, o las novelas de
televisión que muestran que la pobre campesina siempre se queda con el joven más
rico, deseado y exitoso. Sin embargo, a pesar de toparnos con la cruda realidad
del mundo amoroso, seguimos esperando fielmente que la realidad supere la
ficción.
Considero que toda la vida he intentado
encontrar a ese hombre ideal que me haga sentir como la cenicienta del amor,
pero confieso que en el camino he tenido que besar muchos sapos. Gordos, flacos,
bajitos, altos, creídos, tímidos, divinos, no tan lindos y los que más abundan
por estos días “los perros” -aunque pensándolo bien, no sé cómo se
le puede comparar con esos animales que lo único que tienen es fidelidad y
lealtad por su amo- Y no es una columna feminista, ni mucho menos resentida,
porque a pesar que he tenido la oportunidad de saber que es estar enamorada de
un mujeriego, todavía sigo creyendo en el amor, y como muchas, que algún día
ese hombre por el que tanto sufrí llegará en el momento menos pensado para decirme que ha cambiado y
se ha convertido en esa persona perfecta con la que siempre he soñado.
Bien dice el psicólogo Luis
Vanegas que las mujeres suelen idealizar en exceso el concepto del “hombre
ideal” y que esta obsesión la puede alejar de la oportunidad de conocer a una
persona de carne y hueso con virtudes y
defectos, aciertos y errores. Entonces ¿no será que el hombre perfecto está en el
poder aceptar nuestra condición de seres humanos reales?
Para muchas tiene que ser emprendedor
y detallista, para otras caballero, sensible y buen amante y están las que los
prefieren descomplicados y buen polvo. Pero más allá, el problema radica en
creer que un hombre fantástico puede llegar a cambiar nuestra vida. La dependencia
a ser aceptado y querido por el otro nos ha llevado a alejarnos de lo
verdaderamente importante, amarnos a nosotros mismos y aceptarnos como somos,
pues esta búsqueda implacable no es más que intentar encontrar en el otro, lo
que a nosotros nos hace falta.
Se debe caer muchas veces en la
realidad en donde, así como las mujeres, los hombres son seres que se equivocan,
que sienten, pelean y se frustran, así como dejar de creer que sin una pareja
sentimental no nos realizaremos personalmente. Un hombre perfecto no asegura el
éxito de una relación y el secreto del amor es querernos tanto que no deseemos
cambiar al otro y lograr aceptarlo como tal y como es.
Es hora de dejar la carrera por
buscar el hombre perfecto, y esto no quiere decir rendirse antes de llegar a la
meta, sino entender que la perfección está en tolerar al otro y encontrar en
sus debilidades una manera superación mutua. Porque más allá del físico, el
hombre ideal es aquel que nos hace sentir en un segundo dos mil revoluciones a
nuestro corazón, que nos corta la respiración solo con tenerlo cerca y lo más
importante es aquel que nos hace amarnos a nosotras mismas tales y como somos: imperfectas, sensibles y con ganas de encontrar el amor de nuestra vida.
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